Artischock

Memorias, crónicas y declaraciones de amor (por el arte). Blog de Leticia Obeid

2014/11/17

El objeto rebelde

Sobre la muestra "Las fuerzas predominantes", de Eugenia Calvo, en Galería 713, año 2009. Publicada en Revista Planta, 2009. 


As coisas têm peso
Massa, volume, tamanho
Tempo, forma, cor
Posição, textura, duração
Densidade, cheiro, valor
Consistência, profundidade
Contorno, temperatura
Função, aparência, preço
Destino, idade, sentido
As coisas não têm paz
Arnaldo Antunes

En los manuales de diseño industrial para estudiantes novatos, la primera forma de clasificar un objeto es según su función: de uso, de cambio, simbólico o bien producto masivo/artesanal/ artístico. He aquí una manera, amable y tranquilizadora de ordenar  un universo infinito. El otro factor que contribuye a esta división en tres esferas es la forma de producción de los mismos, graduada por su relación con la unicidad:
-objetos industriales, planificados enteramente antes de ser fabricados en serie.
-objetos artesanales, manufacturados frente a los ojos de su productor, con posibilidades de correcciones y modificaciones en el proceso.
-objetos artísticos, a esta altura difícilmente descriptibles en una sola frase: digamos que pueden tener rasgos de los dos anteriores, mostrar cierto grado de inmaterialidad y a la vez postularse como únicos.
Como sea, todos comparten un rasgo pesadillesco: proliferan sin cesar a nuestro alrededor; nos atan, nos hacen tropezar, compiten con nuestros cuerpos por la ocupación del espacio, atiborran computadoras, placares, alacenas, viviendas, vidrieras, la calle y el campo (Lacan llamo a esto las letosas : “los pequeños objetos a minúscula que se encontrará ahí, sobre el asfalto en cada rincón de la calle, esa profusión de objetos hechos para causar su deseo”). Condicionan nuestra memoria, generan deseo, recuerdos, apegos y luchas de todo tipo. Las cosas, como las canciones, nos hacen creer que somos sus primeros amos, y que nadie antes las supo tocar u oír como nosotros.
En la búsqueda por mensurar las distancias entre ellos y nuestros gestos, se construye “Las fuerzas predominantes”, la obra más reciente de Eugenia Calvo, mostrada en la galería 713, Buenos Aires, entre septiembre y octubre de este año.
En las dos salas principales, Eugenia distribuye una serie de construcciones enigmáticas; muebles y objetos cortados, encastrados, pegados, formando nuevos dispositivos cuya función es, por la transformación, difícil de imaginar. En algunos casos se transparenta una pulsión de clasificación (por tamaños, formas, volúmenes); en otros vemos directamente la barricada en su forma pura, un tipo de ingeniería civil para la detención de la circulación, montañas de muebles, diques del movimiento –una acción con la que Eugenia viene trabajando desde hace mucho tiempo-; en la segunda sala dos monitores de tv pasando unos videos en loop quedan escondidos en una especie de boxes para observar. El espectador puede refugiarse allí, sentarse a ver el movimiento continuo que contrasta con la quietud inestable del espacio. ¿Colores? Bien, gracias; azul y verde para todos, no hay más, no pidan más, las opciones no pueden ser infinitas, mejor conformarse con esto, que para sorpresas ya está la vida misma (como en su trabajo “Un plan ambicioso”, esa tacita tan preciosa puede rajarse espontáneamente; aquel jarrón que reposa en la mesita de café, explotará como una bomba molotov, y los platos de porcelana colgados de la pared son proyectiles muy veloces).
El siglo de las fundas
Walter Benjamin dice, en el Libro de los Pasajes (Ed. Akal, Madrid, 2005, p. 239), que el siglo XIX inventó la funda. Cada objeto puede ser cubierto y protegido por su estuche, y esto se aplica en las diversas escalas del habitat: la vivienda es un estuche para los objetos, el edificio lo es para la vivienda. A mitad de camino entre la primera revolución industrial y sus traumas, en el siglo XVIII, y los eufóricos planes de diseño total, en el XX, el siglo XIX transita con horror y fascinación un cambio en la relación con la naturaleza y con los entornos humanos, que se filtra inevitablemente en la relación con los objetos de uso cotidiano. No es por eso casual que la vajilla pintada de azul, que Eugenia usa en sus videos y que utilizó en una serie de fotografías titulada  “El método tradicional”, tengan el poder de hablarnos de algo que reconocemos como familiar. Sobre esos paisajes, construidos en clave de una representación que ligamos inmediatamente al “siglo de las fundas”, nubes de puré y bocados de carne se asoman como tormentas amenazantes. O sea, los platos están hechos para depositar comida sobre ellos, nada hay más básico que esto. Las imágenes que adornan estos platos también nos parecen del orden de lo normal. Ahora bien: si miramos atentamente antes del primer bocado,  la relación entre el objeto, su uso y su contenido, se ve trastocada por la presencia de la imagen.  Es la imagen la que interrumpe, con su ficción, la relación primaria entre alimento, continente, y consumidor. Las figuras humanas que pasean por el parque, de repente se ven invadidas por unas bolitas de papa, y los castillos azules se manchan con la grasa de una jugosa piel de pollo. En esta situación, la comida y el comensal se desencuentran por culpa del ornamento. O por lo menos encuentran otro tipo de relación.

Inconsciente colectivo
Rosario se modernizó arquitectónicamente en el siglo XX, al igual que Buenos Aires, siguiendo las líneas que el barón Haussmann había trazado para París en el siglo XIX, creando las grandes avenidas diagonales que, además de destruir la estructura e identidad medievales de la ciudad, servían para que la caballería llegara más rápido a los focos rebeldes que por esos días armaban una barricada en dos minutos.
¿Es posible que, junto con esas formas urbanas importadas, haya llegado subrepticiamente otra información, como si dijéramos: en una carretilla de humus vienen las semillas de las plantas comestibles junto con algunos restos de malas hierbas que también se reproducen en el medio?
¿Pueden los objetos enseñarnos la rebeldía?
En esta obra de Eugenia Calvo, los protagonistas de la performance son los objetos mismos, que han sido dispuestos e intervenidos por una voluntad y una fuerza física humanas, sí, pero el cuerpo ha pasado a un segundo plano. Con esto, la artista ha logrado un antiguo plan: desaparecer.  En esta renuncia, aparentemente ascética, radica una propuesta muy fuerte: al quitar el cuerpo quedan sólo los objetos, pero ellos narran mil historias, espejan esa ausencia en el espectador, interpelan. Hay en estas construcciones un sistema tan riguroso de disección de las emociones, los gestos y el repertorio de acciones que, desde las superficies pintadas de sintético –ese material impenetrable por naturaleza- traspira todo un universo sentimental. Finalmente estas cosas enmascaradas han dejado de ser fundas, estuches, y han pasado a ocupar el lugar principal de un diálogo novelesco, donde lo que vemos es el equilibrio ganado, provisoriamente, en el cruce de unas fuerzas que actúan en diferentes direcciones . “Las fuerzas predominantes” logra, en dos actos, hacer que las cosas nos hablen, incluso cuando ya nos volvimos a casa y nuestro pequeño paisaje doméstico se muestra repentinamente vivo.



No hay comentarios: