Artischock

Memorias, crónicas y declaraciones de amor (por el arte). Blog de Leticia Obeid

2013/03/28

La máquina de coser historias.

Texto para la muestra individual de Zoe Di Rienzo en Galería Schlifka-Molina, noviembre de 2012.


Nunca se sabe bien si las máquinas se inventan para resolver un problema o si las dos cosas aparecen al mismo tiempo, el dispositivo y la necesidad. La historia de la máquina de escribir puede resumirse en pocos pasos: su primera invención, en 1714; su auge comercial, hacia 1895; su declinación, con la llegada de los procesadores de texto, entrada la década de 1980. Hay algunos datos, sin embargo, en los que vale la pena detenerse para pensar un poco esta cuestión: el hecho de que fue inventada para automatizar y despersonalizar los textos comerciales y legales, que se veían atados a las singularidades y la lentitud de la escritura manual y luego su relación con el ingreso de la mujer en el mercado laboral del siglo XX. Uno de los primeros modelos que se vendieron fue diseñado por el mismo hombre que inventó el teclado QWERTY, Christopher Latham Sholes.


Remington&Sons le compró la patente y lanzó un primer modelo en 1874 que copiaba la estructura de una máquina de coser a pedal, con adornos florales y una bella mesita de madera. Algunos piensan que una cierta exclusividad femenina en la tarea de copiar un texto a máquina nos permitió ingresar al mundo del trabajo de oficina. Pero se puede sospechar, con razón, que la máquina sólo acompañó un proceso. Como sea, escribir a máquina se convirtió en una práctica de dos grupos de usuarios bien definidos y bastante lejanos entre sí: las secretarias y los escritores.

Desandando el devenir del artefacto y cambiando el orden de los factores, Zoe Di Rienzo dicta y escribe sus propias historias, dejando que las huellas del estado de ánimo, de las decisiones del momento, los errores, las prisas, la fugacidad del pensamiento, dejen sus rastros. Lejos de la reserva, la eficiencia y la sumisión que se esperan del rol de la secretaria, ella usa la máquina para coser varias capas de sentido, en una economía del derroche que poco tiene que ver con la legalidad de un texto de oficina. En esta correspondencia sostenida en el tiempo, la autora traza una constelación afectiva, y va dejando las marcas en el papel, como puntadas que dibujan un campo de acción. Allí instalada, observa, narra, describe, sintetiza, inventa, nos hace reír. A veces pasa que el arte hace de la literatura un Ready-made, un objeto encontrado que se puede cambiar de lugar, llevar a pasear, domesticar. Di Rienzo, sin ninguna pretensión literaria, hace algo muy diferente: produce literatura e imagen a la vez, una unión entre el texto y su forma, tan delicada como los dibujos que hace la luz de los relámpagos en un paisaje, líneas que se dejan ver por un segundo y luego se estabilizan en nuestra mente. ¿Se le puede pedir más a una obra? Sí, una cosita más. Se hará en formato epistolar, como corresponde:  


Querida Zoe, Estas Cartas a Luz recrean ciertas tensiones antiguas entre el texto oral y el escrito y otras más modernas, si se quiere, que son las que hay entre entre palabra e imagen, ya que el texto tipeado es pura visualidad (pienso ahora en los papeles que elegís, en el color de la tinta, en las letras que se escapan y no se pueden borrar como en la pantalla de la computadora). Además son pequeños guiones para la performance de la lectura, como escenas de una obra de teatro. Los que te hemos oído leer algunas de estas cartas sabemos que en ése momento la obra se transfigura, aparece otra capa que no estaba cuando leíamos en silencio. Así que ahora te hago un pedido: leélas en voz alta. 

Cariños desde Almagro, 

L.