Sobre "Lo intratable", muestra individual de Silvia Gurfein en Fundación Klemm, octubre-noviembre 2013. Publicado en RADAR, 10 de noviembre de 2013
No es sencilla la situación de la pintura en el
arte contemporáneo; se le exigen siempre demasiadas explicaciones, quizás por
su sospechosa longevidad en la historia o, quizás, porque su muerte tantas
veces declarada obliga a chequear, cada tanto, su estado actual. Y talvez sea
por eso que los pintores saben, en algún lugar de su conciencia, que tarde o
temprano deberán enfrentarse a los embates de una crisis que, aunque se
manifieste como un episodio individual, en realidad da cuenta de las relaciones
entre la pintura y el arte de la época. Todo pintor vive, en carne propia y de
manera comprimida, la historia y devenir de su medio y los más valientes
aceptan el reto de ponerlo a disposición del arte contemporáneo, sabiendo que
es una empresa compleja y llena de peligros. Silvia Gurfein pertenece a esta
estirpe y su muestra individual en la Fundación Klemm da cuenta de eso. Artista
polifacética y refinada, cuenta que un día de 1996 decidió aprender (enseñarse
a sí misma, para hablar con mayor propiedad) a pintar y se dedicó
concentradamente a eso durante cuatro años. Desplazados quedaron el teatro y la
música y un universo nuevo se abrió frente a sus ojos y sus manos. En un tiempo
relativamente corto, Gurfein se convirtió en una artista con un lugar propio en
el medio local por su obra intensa, delicada y precisa, con un estilo que no se
deja encasillar y donde se mezclan algunos rasgos de la abstracción a secas,
con fases o líneas mas cercanas a una figuración de corte metafísico, donde la
geometría genera estructuras para albergar flores, pájaros, paisajes y cabezas que
nos pueden hacer pensar en el simbolismo. En un medio que mira con celo los
cambios estilísticos de cada autor, los pasos deben darse con cautela y por eso
resulta estimulante ver que nuestra heroína (palabra que Gurfein usó
como título de una serie de obras hechas entre 2009 y 2010) dio un salto enorme
en esta última obra. Al visitante que llegue a esta muestra le sorprenderá ver
en la primer sala un conjunto de catorce pequeños cuadros hermanando textos e
imágenes, que funcionan como una obra en sí misma y actúan como una especie de
filtro desacelerador: nos proponen una detención y nos impregnan de un
vocabulario en relación a la mirada, la pintura misma y la filosofía que nos
prepara para lo que viene. Los nombres de sus autores están aparte, para no
interrumpir ni condicionar la lectura, como si se tratara de un solo libro
hecho de esos fragmentos cuidadosamente elegidos y montados. Las imágenes
intercaladas son monocopias que presentan el motivo de una pupila, que luego
veremos repetirse en algunas de las pinturas. En una especie de pequeña mesa,
un lienzo mediano, casi flotante, nos mira desde su posición horizontal, con un
ojo único. Este trozo de tela puede remitirnos a un sudario, por la manera en
que está dispuesto, como si recogiera el rastro de un cuerpo ausente.
Una vez dentro de la sala mayor, veremos esta
figura del sudario repetirse en unas pequeñas telas que cuelgan en sus cajas de
vidrio, como reliquias expuestas al derecho y al revés; en otra mesa reposan
unos retazos rectangulares que ostentan manchas de colores y que, en un
pestañeo apurado pueden llegar a revelarse como una miríada de ojos que nos
observan desde su posición horizontal. Estos pedacitos de lienzo han sido
usados a la manera de una venda que, una vez saturada de pintura, dejar pasar
el color por su tejido cual si fuera la sangre de una herida.
Entre estos documentos de la acción de pintar,
está la pintura misma, en su soporte tradicional: tela y bastidor. Imágenes que
parecen pasillos, umbrales, túneles excavados en la pintura misma. Uno de los
textos, escrito por la pintora, nos señala: “Excavar es simultáneamente
levantar un montículo semejante, que en el ir y venir de la herramienta,
siempre acepta una pérdida.” Esta vez no hay líneas rectas dentro de la imagen,
no hay bordes netos sino tenues pasajes entre un color y otro, a la manera de
Rothko, por saturación de la materia pacientemente aplicada sin dejar rastros
gestuales. Los colores se aclaran hacia el centro, donde la luz parece
acumularse.
Leemos, en el título, que la exposición está al cuidado de Gastón Pérsico y Cecilia
Szalkowicz. Si bien la frase busca esquivar la palabra curaduría, es difícil encontrar otra palabra por la manera en que
trabajaron la instalación –en el sentido más primario de la palabra: la puesta
en el espacio- de toda esta obra, en continuada conversación con la artista.
Sin duda, las decisiones espaciales, el uso del texto, la iluminación que
intensifica el efecto de cosa
encendida que tienen algunas de estas pinturas, fortalecen la narrativa
interna de la muestra y generan el efecto general de encontrarnos dentro de una
instalación cuyo discurso habla de la pintura, sus elementos, sus medios, sus
herramientas y procedimientos. Es decir, estamos frente a una muestra de
pintura pero también estamos en una república con sus propias especies habitantes
y reglas de convivencia, con una constitución que reposa en un conjunto de
textos literarios y filosóficos. El cuidado, en este caso, consiste en haber
sabido leer y respetar la propuesta de la obra, algo que la curaduría no
siempre consigue.
¿Qué es lo intratable, entonces, en esta
obra, a qué se refiere?
Consultada al respeto, la artista elude toda
explicación, y describe en cambio el extraño misterio de la desaparición de la
materia entre dos telas, que se da cuando el óleo pasa por el tejido del lienzo
usado como filtro sobre el lienzo usado como soporte, un hallazgo casi
accidental que inspiró inicialmente este proceso. No parece importar cuánta
cantidad se le aplique a la tela, ésta deja pasar sólo unos ínfimos puntos,
como una constelación o una frase escrita en Braille. La relación entre la
pintura aplicada y lo que queda en la tela no tiene, al parecer, mucha lógica.
Gurfein ha hecho una obra basada en este y otros enigmas, intentando hacer
visible ese espacio vacío que nos distancia de lo intocable, lo intolerable, lo
que no puede ser dicho, ni representado, ni reducido a metáforas. Las obras, en
su manera de estar en el espacio, recrean partes de un viaje punteado por sobresaltos
y pruebas espirituales, preguntas en torno a la materia, ensayos de medición de
la distancia entre la mirada y el tacto, y otros experimentos. El visitante que
se quede un tiempo recorriendo este lugar, puede llegar a sentir una
luminosidad táctil, algo que no se sabe bien de dónde viene, pero está ahí,
quizás en el reverso de sus ojos, tan cercano como inalcanzable.
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