As coisas têm peso
Massa, volume, tamanho
Tempo, forma, cor
Posição, textura, duração
Densidade, cheiro, valor
Consistência, profundidade
Contorno, temperatura
Função, aparência, preço
Destino, idade, sentido
As coisas não têm paz
Massa, volume, tamanho
Tempo, forma, cor
Posição, textura, duração
Densidade, cheiro, valor
Consistência, profundidade
Contorno, temperatura
Função, aparência, preço
Destino, idade, sentido
As coisas não têm paz
Arnaldo Antunes
En los
manuales de diseño industrial para estudiantes novatos, la primera forma de
clasificar un objeto es según su función: de uso, de cambio, simbólico o bien
producto masivo/artesanal/ artístico. He aquí una manera, amable y
tranquilizadora de ordenar un
universo infinito. El otro factor que contribuye a esta división en tres
esferas es la forma de producción de los mismos, graduada por su relación con
la unicidad:
-objetos
industriales, planificados enteramente antes de ser fabricados en serie.
-objetos
artesanales, manufacturados frente a los ojos de su productor, con
posibilidades de correcciones y modificaciones en el proceso.
-objetos
artísticos, a esta altura difícilmente descriptibles en una sola frase: digamos
que pueden tener rasgos de los dos anteriores, mostrar cierto grado de
inmaterialidad y a la vez postularse como únicos.
Como sea,
todos comparten un rasgo pesadillesco: proliferan sin cesar a nuestro
alrededor; nos atan, nos hacen tropezar, compiten con nuestros cuerpos por la ocupación
del espacio, atiborran computadoras, placares, alacenas, viviendas, vidrieras, la
calle y el campo (Lacan llamo a esto las letosas
: “los pequeños
objetos a minúscula que se encontrará ahí, sobre el asfalto en cada rincón de
la calle, esa profusión de objetos hechos para causar su deseo”). Condicionan nuestra memoria,
generan deseo, recuerdos, apegos y luchas de todo tipo. Las cosas, como las
canciones, nos hacen creer que somos sus primeros amos, y que nadie antes las
supo tocar u oír como nosotros.
En la
búsqueda por mensurar las distancias entre ellos y nuestros gestos, se
construye “Las fuerzas predominantes”, la obra más reciente de Eugenia Calvo,
mostrada en la galería 713, Buenos Aires, entre septiembre y octubre de este
año.
En las dos
salas principales, Eugenia distribuye una serie de construcciones enigmáticas;
muebles y objetos cortados, encastrados, pegados, formando nuevos dispositivos
cuya función es, por la transformación, difícil de imaginar. En algunos casos
se transparenta una pulsión de clasificación (por tamaños, formas, volúmenes);
en otros vemos directamente la barricada en su forma pura, un tipo de
ingeniería civil para la detención de la circulación, montañas de muebles,
diques del movimiento –una acción con la que Eugenia viene trabajando desde
hace mucho tiempo-; en la segunda sala dos monitores de tv pasando unos videos
en loop quedan escondidos en una especie de boxes para observar. El espectador
puede refugiarse allí, sentarse a ver el movimiento continuo que contrasta con la
quietud inestable del espacio. ¿Colores? Bien, gracias; azul y verde para
todos, no hay más, no pidan más, las opciones no pueden ser infinitas, mejor
conformarse con esto, que para sorpresas ya está la vida misma (como en su
trabajo “Un plan ambicioso”, esa tacita tan preciosa puede rajarse
espontáneamente; aquel jarrón que reposa en la mesita de café, explotará como
una bomba molotov, y los platos de porcelana colgados de la pared son
proyectiles muy veloces).
El siglo de las fundas
Walter
Benjamin dice, en el Libro de los Pasajes
(Ed. Akal, Madrid, 2005, p. 239), que el siglo XIX inventó la funda. Cada
objeto puede ser cubierto y protegido por su estuche, y esto se aplica en las diversas
escalas del habitat: la vivienda es un estuche para los objetos, el edificio lo
es para la vivienda. A mitad de camino entre la primera revolución industrial y
sus traumas, en el siglo XVIII, y los eufóricos planes de diseño total, en el
XX, el siglo XIX transita con horror y fascinación un cambio en la relación con
la naturaleza y con los entornos humanos, que se filtra inevitablemente en la
relación con los objetos de uso cotidiano. No es por eso casual que la vajilla
pintada de azul, que Eugenia usa en sus videos y que utilizó en una serie de
fotografías titulada “El método
tradicional”, tengan el poder de hablarnos de algo que reconocemos como familiar. Sobre esos paisajes,
construidos en clave de una representación que ligamos inmediatamente al “siglo
de las fundas”, nubes de puré y bocados de carne se asoman como tormentas
amenazantes. O sea, los platos están hechos para depositar comida sobre ellos,
nada hay más básico que esto. Las imágenes que adornan estos platos también nos
parecen del orden de lo normal. Ahora
bien: si miramos atentamente antes del primer bocado, la relación entre el objeto, su uso y su contenido, se ve
trastocada por la presencia de la imagen.
Es la imagen la que interrumpe, con su ficción, la relación primaria
entre alimento, continente, y consumidor. Las figuras humanas que pasean por el
parque, de repente se ven invadidas por unas bolitas de papa, y los castillos
azules se manchan con la grasa de una jugosa piel de pollo. En esta situación,
la comida y el comensal se desencuentran por culpa del ornamento. O por lo
menos encuentran otro tipo de relación.
Inconsciente colectivo
Rosario se
modernizó arquitectónicamente en el siglo XX, al igual que Buenos Aires,
siguiendo las líneas que el barón Haussmann había trazado para París en el
siglo XIX, creando las grandes avenidas diagonales que, además de destruir la
estructura e identidad medievales de la ciudad, servían para que la caballería
llegara más rápido a los focos rebeldes que por esos días armaban una barricada
en dos minutos.
¿Es posible
que, junto con esas formas urbanas importadas, haya llegado subrepticiamente
otra información, como si dijéramos: en una carretilla de humus vienen las
semillas de las plantas comestibles junto con algunos restos de malas hierbas que también se reproducen
en el medio?
¿Pueden los
objetos enseñarnos la rebeldía?
En esta
obra de Eugenia Calvo, los protagonistas de la performance son los objetos
mismos, que han sido dispuestos e intervenidos por una voluntad y una fuerza
física humanas, sí, pero el cuerpo ha pasado a un segundo plano. Con esto, la
artista ha logrado un antiguo plan: desaparecer. En esta renuncia, aparentemente
ascética, radica una propuesta muy fuerte: al quitar el cuerpo quedan sólo los
objetos, pero ellos narran mil historias, espejan esa ausencia en el
espectador, interpelan. Hay en estas construcciones un sistema tan riguroso de
disección de las emociones, los gestos y el repertorio de acciones que, desde
las superficies pintadas de sintético –ese material impenetrable por
naturaleza- traspira todo un universo sentimental. Finalmente estas cosas
enmascaradas han dejado de ser fundas,
estuches, y han pasado a ocupar el lugar principal de un diálogo novelesco,
donde lo que vemos es el equilibrio ganado, provisoriamente, en el cruce de
unas fuerzas que actúan en diferentes direcciones . “Las fuerzas predominantes”
logra, en dos actos, hacer que las cosas nos hablen, incluso cuando ya nos
volvimos a casa y nuestro pequeño paisaje doméstico se muestra repentinamente
vivo.
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